lunes, 11 de junio de 2012

La muerte de un árbol.

   Hola a todos de nuevo :) Después de este breve parón debido a la selectividad (¡ya superada!) vuelvo con un fragmento del relato que me hizo ganar el certamen literario en lengua castellana de mi instituto. Sé que prometí colgar el archivo completo, pero la verdad es que no sé como hacerlo así que si encuentro a alguien que me lo explique lo haré. No traigo nada nuevo porque considero que nada de lo que he escrito estos días merece demasiado la pena, pero intentaré ir recuperando poco a poco ahora que por fin estoy de vacaciones.
   Aprovecho para deciros que ya existe un twitter del blog en conjunto con Laura Villar y los demás, así que animaos a seguirlo: @malditos90. Además, esta semana soy justamente yo el encargado de mantenerlo, y en él intentaré ir contando alguna cosilla de la actualidad literaria, publicar citas que me gusten especialmente... Estoy seguro de que os gustará.
   El cuadro incluido en esta ocasión es el tríptico El jardín de las delicias, de El Bosco. Lamento que no se pueda ver con más detalle porque es verdaderamente alucinante.
   Disfrutad de la lectura :)




   La música a todo volumen se retorció entre las paredes de mis oídos hasta atravesar mis tímpanos. Me ensordeció mientras trataba de avanzar entre el tumulto delirante, con la fiebre propia de aquellos que salen de casa en busca de nuevas emociones y se encuentran de pronto balanceando sus cuerpos entre la multitud asfixiante y lujuriosa. Me encontraba sin saber bien cómo en la morada del pecado, y el mismo Luzbel me esperaba con la espalda apoyada en la pared del fondo y una sonrisa maquiavélica dibujada en la cara. El engaño y la maldad se podían apreciar a leguas de distancia. Lo apreciaban todos menos yo, que tenía los ojos llenos del barro de la presión mediática.
   Me acerqué a él, tembloroso, y le pregunté si tenía la droga, a lo que respondió con un gesto que me invitaba a entrar al baño. Lo seguí hasta el interior de uno de los retretes, donde se metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa de plástico con un par de pastillas.
   −Extiende la mano –me dijo, para después dejar caer las minúsculas cápsulas profetas de mi numen sobre ella−. Con esto vas a volar.
   Me quedé unos segundos quieto, mirando a aquel extraño personaje que parecía haber entrado sin más en mi vida para ofrecer respuestas a mis dudas, y me contestó con una pupila lasciva y maliciosa. Fue en ese momento cuando cerré el puño y salí del cubículo en el que apenas corría el aire. Me situé frente a uno de los lavabos, mirando mi cara de culpa reflejada en el espejo, y a mis espaldas de nuevo la presencia turbadora del joven. Aproximé mi mano a la boca y tomé las dos pastillas, bebiendo del grifo para poder tragarlas, y Luzbel me acarició mientras tanto el pelo, como quien se enorgullece de su labor. Me giré lentamente hasta tenerlo de frente, muy cerca, y tomé su mano, dejando en ella el dinero que le debía para salir después por la puerta del servicio.


"Habrá que ser entonces muy inteligente 
para no olvidar que se es un prisionero"
(Antonio Buero Vallejo)


Sebastián Blanco Portals

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